sábado, 31 de diciembre de 2022

LA CIENCIA DETRÁS DE LAS ERUPCIONES VOLCÁNICAS

                                               Fotografía tomada desde el volcán Antisana,

Crédito: Robinski/F. - Cotopaxiworldtours.

El Cotopaxi se encuentra sobre la Cordillera Oriental (Real), a una distancia de 35 km al Noreste de Latacunga y de 45 km al Sureste de Quito. Su edificio forma un cono simétrico con pendientes de hasta 35° y un diámetro basal de ~20 km, mientras que el diámetro del cráter varía entre 800 m en sentido Norte-Sur y 650 m en sentido Este-Oeste. El Cotopaxi está rodeado por páramos que bordean los 3000 msnm y por otros volcanes como Sincholahua (4873 msnm), Quilindaña (4876 msnm) y Rumiñahui (4722 msnm).

El Cotopaxi es considerado uno de los volcanes más peligrosos del mundo debido a la frecuencia de sus erupciones, su estilo eruptivo, su relieve, su cobertura glaciar y por la cantidad de poblaciones potencialmente expuestas a sus amenazas. Desde el inicio de la conquista española, el Cotopaxi ha presentado cinco grandes periodos eruptivos: 1532-1534, 1742-1744, 1766-1768, 1853-1854 y 1877-1880. Dentro de cierto rango, todos los episodios han dado lugar a fenómenos volcánicos muy peligrosos, y no hay duda de que episodios similares volverán a repetirse en el plazo de las décadas. Los cuatro últimos periodos han dado lugar a muy importantes pérdidas socio-económicas en el Ecuador. La peligrosidad del Cotopaxi radica en que sus erupciones pueden dar lugar a la formación de enormes lahares (flujos de lodo y escombros) que transitarían por drenajes vecinos a zonas densamente pobladas como el Valle Interandino entre Mulaló y Latacunga, y una parte del valle de los Chillos. Se ha estimado que actualmente más de 300.000 personas viven en zonas amenazadas por lahares en caso de que se repitan erupciones similares a las ocurridas en los siglos XVIII y XIX. Adicionalmente, la caída de ceniza producida durante una erupción del Cotopaxi podría afectar una parte muy significativa de la Sierra y la Costa del Ecuador.

El Cotopaxi es también uno de los volcanes más vigilados del Ecuador y al cual se dedican una gran parte de los recursos disponibles para el monitoreo. De hecho, la primera estación sísmica permanente dedicada a vigilar un volcán en Sudamérica fue instalada en el Cotopaxi, en 1976. Desde entonces, la red de monitoreo de este volcán ha crecido constantemente hasta la configuración actual, que asegura una vigilancia adecuada de este peligroso volcán.

En la actualidad, el comportamiento futuro más probable de un volcán se establece, principalmente, con registros geológicos como la roca de una zona volcánica. Sus propiedades físico-químicas proporcionan información acerca de cómo y cuándo se formó. En La Palma, los expertos han empleado esta información del pasado junto con la de erupciones más recientes —la de Teneguía en 1971 o la de San Juan en 1949— para asesorar en la toma de decisiones en función del tipo de erupción y de los peligros a los que está expuesta la población. Así, aunque los daños materiales y el coste personal serán muy elevados, afortunadamente no se han registrado víctimas.


Fuente: https://www.igepn.edu.ec/cotopaxi


Ir más allá de las extrapolaciones elaboradas a partir de la historia de un volcán requiere detectar e interpretar señales de reactivación. Efectivamente, a diferencia de otros peligros naturales que pueden causar grandes catástrofes como los terremotos, los volcanes “avisan”, es decir, con frecuencia, muestran señales de su actividad interna que podemos medir en superficie.

 

Los avances tecnológicos de las últimas décadas han permitido ampliar y mejorar la monitorización de zonas activas. Entre ellos están los sistemas globales de navegación por satélite y las técnicas de teledetección como la interferometría con radar de apertura sintética. Su uso combinado permite registrar la deformación del terreno con una gran resolución espacial y temporal.

En zonas volcánicas, estas deformaciones son uno de los principales indicadores de actividad: el magma se acumula a distintos niveles en su recorrido hacia la superficie produciendo un incremento de presión y, por tanto, una variación de volumen de la zona. Otro indicador son los terremotos generados por la fracturación del medio ante el aumento de presión.

La deformación del terreno se estudia desde el punto de vista físico-matemático mediante modelos de dinámica de fluidos, lo que permite simular las causas de los cambios de presión. Entre estas causas está la inyección de nuevo material en una zona de acumulación, su interacción con los fluidos existentes, así como procesos relacionados con los cambios de fase de estos fluidos. Por otro lado, los modelos mecánicos permiten simular la respuesta del medio a estos cambios de presión, es decir, la interacción del fluido con la roca encajante y las deformaciones que genera.

 

El siguiente paso es estimar las características de la fuente interna causante de las deformaciones detectadas. Para ello, se comparan las observaciones registradas en superficie y las predicciones de los modelos, es decir, se estudia lo que en matemáticas se llama un problema inverso. Con estos problemas se busca identificar algunas propiedades de un sistema mediante ciertas observaciones disponibles. Por ejemplo, a partir de la deformación observada en superficie se puede estimar el cambio de volumen producido en el interior y, también, determinar si este cambio se debe al aporte de nuevo material.

Detrás de estas estimaciones hay un proceso matemático complejo, por las ambigüedades propias del problema inverso —habitualmente los datos observados pueden ser consecuencia de varias situaciones—, que se complica todavía más si tenemos en cuenta las incertidumbres. Estas incertidumbres están relacionadas con los errores de los datos de observación, las simplificaciones matemáticas de los modelos y los errores que se producen al realizar las simulaciones de procesos observados en superficie mediante métodos de aproximación numérica. En este sentido, la tendencia actual es tratar las características de la fuente desde un punto de vista bayesiano. Esto consiste en considerar que las características a estimar son variables aleatorias, lo que permite cuantificar el nivel de incertidumbre de las aproximaciones.

 

Actualmente, uno de los grandes retos de la vulcanología es integrar los datos observados y los modelos físico-matemáticos desarrollados en los procesos de pronóstico de erupción, al igual que se hace con el pronóstico meteorológico. Esto requiere la labor complementaria de muchas disciplinas.

Fuente: Diario El Universo.

Webgrafía:

foto 1 cotopaxi: https://www.facebook.com/Cotopaxiworldtours/  Robinski/F.

https://www.igepn.edu.ec/cotopaxi

https://elpais.com/ciencia/cafe-y-teoremas/2021-09-28/las-matematicas-que-estudian-los-volcanes.html


LA CIENCIA DETRÁS DE LAS ERUPCIONES VOLCÁNICAS

                                               Fotografía tomada desde el volcán Antisana, Crédito: Robinski/F. - Cotopaxiworldtours. El Cot...